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Laurita la princesa

 

Extracto del proyecto para las hermanas Sara y Laura, de 9 y 7 años.

"Si, cuando ellos la ven pasar por la casa taaan distinguida con sus atuendos y hermosos colores, todos comentan que tiene una carita feliz y luminosa. Entonces ella se ríe con risa contagiosa y todos se ponen a jugar..."

 

© Texto creación de Francisca Werth Coello 
© Tratamiento fotográfico de Emilio Fernández

Relato + Intervención Fotográfica

El niño del viento


 

Había una vez el niño del viento. 

Tenía en su cabello tesoros que el aire alborotaba cuando él corría y cóooooooooooomo le encantaba correr a Tomás.  

En verano corría entre chiflones salados hechos de mar y mientras la brisa le hacía otra vez el peinado de ola, brotaban de su pelo dinosaurios, teléfonos, el nombre de su hermano Gabriel y mil juegos por jugar, más algunos autos y súper héroes.

La señora Brisa le cantaba también a Tomás, como las caracolas cantan al oído del que las escucha. 

La brisa también le contaba historias de viajes marinos, mientras lo seguía peinando entre ffffffffffffff y splashhh. 

La foca y el pingüino, el delfín, las estrellas de mar, todo le quedaba como recuerdo entre los rulos.  Eran esas las historias que después desenroscaba y le contaba a su hermano mayor. 

Y eran esas las veces en que su hermano Gabriel se reía por adelantado, todo contento de lo que iba a escuchar entre ffffffffffffff y splashhh …

 

© Texto original de Francisca Werth Coello

© Ilustración original de Raimundo Sepúlveda

Relato + Ilustración

Reparte Colores

 

Juega niña, juega vestida de colores, así así, alimentando palomas y corre-que-te-pilla niña palomilla. Canta niña, así así, canta en naranja y baila en celeste, como tu vestido hasta la rodilla.

 

Con rojo intenso en el pecho -¡ah paloma!, grita niña.

 

Reparte colores en el parque, así así, que el árbol sea azul y la noche amarilla.

 

 

© Texto original de Francisca Werth Coello

Relato de una niñAbuela

El Señor Bigotes

 

Al señor bigotes le encanta observar el mundo y cuando ve una de esas cosas simples y bellas como un niño jugando con su perro o el reflejo del agua en un charco pequeño, cierra bien los ojos y como por arte de magia, queda la imagen dentro de su bigote.  Entonces, cuando quiere recordar, aplasta suavemente esa zona de su cara y del bigote abundante emerge la gentileza de lo vivido, otra vez...

 

 

© Texto original e Ilustración de Francisca Werth Coello

Relato + Ilustración 

Relato-regalo al partir

Tata(1): chilenismo que significa abuelo.

Tata Alejandro (1944-2010)

El tata Alejandro


 

A sus nietos Gabriel, Tomás y Nicolás

 

 

E

n la terraza corre un viento fuerte que abre la Revista ReaderDigest en la página “la risa, remedio infalible”.  El tata Alejandro aparece con su café mitad agua hirviendo mitad agua fría, mira la página abierta y claro, sonríe con lo que lee.  Cierra la revista mientras ve todo desde su casa en el cerro que da a la bahía, y mientras todo eso ocurre, un perro de playa le mueve la cola feliz.

El abuelo Alejandro se ríe, acaricia al perro, se acomoda el sombrero y se cierra la chaqueta para partir a la puntilla, donde están los otros cerros que llevan al mar, al salto del soldado, a la playa de las conchitas, de los ahogados y a los trozos de mar sin nombre que van a dar al horizonte y al sol que se baña en la tarde.

Camina rápido el abuelo.  Lo siguen ese y otros perros. El primero de ellos se adelanta y voltea de vez en cuando a ver si aún viene con él el tata Alejandro. Cerquita viene, a pasos.

Llegan al lugar y el tata Alejandro enciende otro cigarro mientras mira el mar, como lo miraba su papá Horacio, en silencio grande.

Frente a él, explota en risas una ola en una roca, ola que en el estallido se convierte en la brisa que lo moja.  Se le mete por las arrugas de la cara con sol.  El tata Alejandro siente cosquillas y se rasca como niño.  No sabe que es la misma ola-brisa que hace unos años refrescaba los pies de Francisca, Alejandra y Horacio, hijos suyos, con sus baldes, a la orilla del mar.

La misma ola que se convertirá en brisa y jugará mañana con Nicolás hijo de Alejandra y con Gabriel y Tomás, hijos de Horacio, hijo de Alejandro, hijo de Horacio el grande, el que podía ver a los enanitos navegando en cáscaras de nueces en el mar, llevando sus flechas de alfiler;  Horacio el que conocía la casa de la bruja de la puntilla, esa que tiene la máquina de hacer olas-brisa para las familias, cuyo trabajo al menos el tata Alejandro y la autora no conocíamos hasta ahora, al final de esta historia.

 

© Texto original y Fotografía de Francisca Werth Coello

 

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